El eco de una promesa olvidada
El día empezó como un susurro: gris, pesado, apenas audible. En la habitación, el caos era más un reflejo de su interior que un problema de espacio. Pilas de libros desordenados, cajas abiertas con pedazos de un pasado que no recordaba haber vivido. Mientras reorganizaba la estantería, un libro cayó al suelo, como si el universo decidiera hablarle a través del ruido.
Lo reconoció al instante. Las páginas estaban ajadas, sus bordes amarillos. Era un viejo compañero de sus noches de insomnio adolescente, cuando las palabras de otros la ayudaban a encontrar las suyas. Pero no fue el libro lo que detuvo su respiración, sino el papel doblado que sobresalía entre sus páginas.
Con un temblor en las manos, lo desdobló. Su letra, torpe pero llena de urgencia, apareció como una voz que había enterrado hacía mucho. El margen izquierdo marcaba una fecha: diez años atrás.
“Querida yo:
¿Todavía miras las estrellas? ¿Sigues creyendo que todo es posible? Si no, te pido que dejes este libro ahora mismo, salgas afuera y recuerdes lo que es soñar. No importa cuántos caminos oscuros recorras, tu luz es más fuerte. Prométeme que nunca dejarás que el peso del mundo te apague.”
Leyó cada palabra con un nudo en la garganta, como si el papel gritara las verdades que ella había aprendido a ignorar. Era una versión de sí misma que no reconocía, una niña con ojos llenos de esperanza y una valentía que solo la juventud puede dar. ¿En qué momento había dejado de mirar las estrellas?
Recordó las noches en que se acurrucaba junto a la ventana, dibujando constelaciones con el dedo. Recordó los planes de escribir historias que cambiarían el mundo, los mapas imaginarios que llenaban las paredes de su cuarto y las risas que escapaban de sus labios sin permiso. Pero también recordó el momento en que todo eso se desmoronó bajo el peso de “lo correcto”.
Dejó la carta a un lado y se llevó las manos al rostro. Una lágrima, luego otra, hasta que el eco de su respiración se convirtió en una tormenta contenida. Durante años, había sobrevivido intercambiando sueños por estabilidad, certezas por silencios. Pero ahora, frente a esas palabras, sintió el llamado de algo que no podía ignorar.
Tomó la carta y la guardó en el bolsillo de su abrigo. Esta vez no era para olvidarla, como había olvidado tantas otras cosas. Era para llevarla consigo, como un escudo, un recordatorio, una promesa.
Y esa noche, después de mucho tiempo, volvió a salir afuera. Miró las estrellas y entendió que nunca es tarde para volver a brillar.
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