Las Palabras del Cuero Rojo

Un acogedor café vintage con mesas de madera y estanterías llenas de libros desgastados y coloridos. Una mujer joven está sentada en un sillón cerca de una ventana, sosteniendo un libro de cuero envejecido sin título. Una lámpara de estilo antiguo emite una luz cálida y suave que ilumina la escena. El café tiene un ambiente nostálgico y atemporal, con detalles como tazas de café humeantes y música tenue. Afuera, se observa una mañana tranquila y ligeramente nublada.

Era lunes y Andrea odiaba los lunes. Por primera vez en años, había llegado temprano a la oficina, o eso pensaba. La sala estaba vacía, salvo por la luz intermitente de un viejo reloj digital en la pared. Revisó su celular y se dio cuenta del error: su turno no comenzaba hasta dentro de cuatro horas. Maldijo en voz baja y, con una mezcla de frustración y resignación, decidió buscar un lugar para matar el tiempo.

Caminó sin rumbo por calles aún medio dormidas, hasta que un aroma a café recién molido la detuvo. Frente a ella se alzaba un café pequeño, casi escondido entre dos edificios antiguos. Las letras doradas en la puerta decían: «El Refugio». Mesas de madera, libros apilados en cada rincón y una música suave creaban un ambiente acogedor, como si el tiempo fluyera distinto ahí dentro. Pidió un café con leche y se dejó caer en un sillón junto a una estantería repleta de libros gastados.

Mientras revolvía su taza, algo llamó su atención: un libro encuadernado en cuero rojo que sobresalía ligeramente. Lo sacó con cuidado, notando que sus bordes estaban desgastados por el tiempo, y descubrió que no tenía título. Al abrirlo, una nota doblada entre las páginas amarillentas cayó en su regazo. La letra era elegante y antigua:

“Para quien encuentre esto: a veces, el destino se disfraza de error. Sigue leyendo.”

La frase encendió su curiosidad. Pasó las páginas con cautela, descubriendo una colección de reflexiones, relatos breves y poemas que parecían escritos para alguien que había olvidado soñar. Algunos hablaban de segundas oportunidades, otros de viajes sin mapas, y unos cuantos de amores que comenzaban en los momentos menos esperados. Con cada palabra, Andrea sentía cómo algo en su interior despertaba. Era como si alguien le estuviera recordando, entre líneas, quién solía ser antes de perderse en la rutina.

El tiempo se escurrió sin que lo notara. La calidez del café, el murmullo de conversaciones a lo lejos y las historias del libro se fundieron en una burbuja perfecta. Por primera vez en años, no pensaba en la oficina, ni en los plazos, ni en los errores. Solo existía ese momento.

Cuando finalmente miró el reloj, descubrió que había llegado la hora de su turno. Cerró el libro con cuidado, pero al intentar devolverlo a la estantería, la camarera del café, una mujer de cabello rizado y mirada amable, se acercó:

—¿Te gustó?

Andrea asintió, un poco avergonzada, sintiéndose sorprendida de que alguien la hubiera observado.

—Puedes llevártelo si quieres —dijo la camarera con una sonrisa cálida—. Es un libro viajero. Siempre encuentra el camino de vuelta.

Andrea tomó el libro con manos temblorosas, sintiendo que llevaba consigo algo más que palabras. Salió del café con una sensación desconocida: ligera, pero llena, como si ese lunes hubiese sido una pausa orquestada por el universo para recordarle que, a veces, los errores nos llevan exactamente a donde debemos estar.

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